Quién se esconde detrás de un ‘troll’


A través del anonimato o dando la cara los llamados “haters” se abren paso mediante insultos, burlas y demás expresiones de odio.
Troll (también puedes encontrar este término como trol, que es el nombre en español), en el contexto de Internet, se usa para referirse a personas que publican mensajes instigadores en vehículos de comunicación de Internet, como lo son los blogs, foros, publicaciones en biografías de Facebook y las salas de chat, por mencionar algunos. Estas personas hacen publicaciones irritantes con el propósito de molestar, provocar o hacer controversia no constructiva, además de que en la mayoría de las ocasiones no tienen otro fundamento que llevar la contracorriente (a veces se representan a sí mismos como “abogados del diablo”).
Al acto de hacer este tipo de comentarios o participaciones en línea se le conoce como trolling, y encontrarás que el término troll se aplica por igual tanto a las personas que hacen la publicación, como al texto en sí que se publicó (por ejemplo, “...Juan publicó un trol en el blog...”).

Según un estudio de We Are Social, en el año 2016 el 77% de la población española tenía acceso a Internet. De ellos el 48% cuenta con perfiles en las redes sociales. Pero no todos se presentan con sus nombres reales.
El anonimato en las redes sociales ha generado un montón de valientes que evidencian que en el mundo cibernético somos proclives a ser menos amables y a inclinarnos por la ofensa. Según el psicólogo John Suler, esta tendencia se llama: efecto de desinhibición online y hace referencia al comportamiento menos restrictivo que tienen las personas en Internet, gracias a la sensación de desconexión que existe entre uno mismo y lo que se escribe en la red.
El odio se ha extendido virtualmente y no tiene límites. La psicóloga, Laia Rosich, explica que “el odio es común en las redes porque es común en las personas” y además puntualiza: “Es importante diferenciar las críticas, las quejas o los reproches del uso sistematizado de algunas redes para acosar o atacar”.

En la misma línea se mueve el psicólogo experto en ansiedad y estado de ánimo, Jordi Isidro Molina que, además, apunta que “se pueden observar elementos comunes en lo que llamamos trolls o haters de Internet: personalidad adictiva, exceso de tiempo libre, necesidad de protagonismo, necesidad de confrontación, vacío vital, poca empatía…” A partir de dichos elementos, Patricia Escalona, especialista en psicología clínica del Servicio Catalán de la Salud agrega: “No podemos hablar de un perfil claro, podría ser cualquiera. Muchas veces quien inicia actitudes de odio es alguien que las ha padecido”.
Los mensajes de odio se le pueden atribuir a muchos tipos de lo que llamamos trolls o haters.

Por lo general un usuario es “troll” a los ojos de los demás pero en muy pocas ocasiones se reconoce como tal. Para identificarlos podemos categorizarlos en: el “troll” sabelotodo: opina sobre política, educación, religión, sociedad etc., es uno de los más habituales. El “troll” profesor: pendiente únicamente de que cometas una falta de ortografía para corregirte. Lo sigue aquel que está tranquilamente en su casa y busca llamar la atención con humor con el fin de obtener seguidores. Y después está el “troll” sectario: su postura es un dogma y no tiene interés en hacerse famoso, solo busca expresarse.
Cuando suceden estas agresiones cibernéticas, el psicólogo Molina explica que la mejor respuesta es “ignorar y no responder porque hay que evitar el protagonismo que busca el atacante”.  
La capacidad de incidir en los demás, como observamos, se puede aprovechar para acciones positivas: algunas empresas me decían que había hecho un plan de marketing, un plan de comunicación y por eso pude empezar a utilizar esta capacidad colaborando en diversos medios.
Hay interminables ejemplos de usuarios de Twitter que han utilizado su fama en las redes para publicar sus propios libros, crear un grupo de música, acceder a la política, al mundo del humor o convertirse en influencers que llegan a la televisión o a los medios gracias a sus opiniones y al alto número de seguidores con los que cuentan.
La cuestión es: ¿Cuál es el límite?  

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